Huele a “boche” dominicano, cuando olvido su nombre, pienso en un regaño de mi padre que las pocas veces que lo hizo, de tal manera hacía mella en mi, que sollozaba amargamente.
La regañá, ese exquisito pan andaluz, al que desde que conocí, me hice adicta, me encanta sentirlo crujir entre mis dientes, morderlo con saña, es un vicio irreprimible morder, para que mi paladar lo copie en su memoria.
De donde viene la regañá? No encontrando una fuente exacta de sus orígenes, lo que no deja lugar a dudas, es que lleva muchos siglos alimentando a los andaluces, cuando partían las naves desde Sevilla con destino hacia el nuevo mundo, la regañá, era parte de los alimentos que llenaban su despensa, ya que por su alto aporte en calorías, es excelente para quienes como ellos, emprendían un largo viaje, con las precariedades propias de la época.
Por lo dicho anteriormente, se supone que los sevillanos, primeros conquistadores de América, llevarían a esas tierras, algunas regañá, si es que acaso durante la larga travesía, fueran suficientes, pienso que mi tierra, La Española para ese tiempo, debió tener algún avistamiento aunque solo fuese una “boronita”, partículas del alimento.
Siempre que visito una ciudad desconocida, procuro comer y tomar lo típico de allí y desde la primera vez que estuve en Sevilla, la regañá me enamoró, del mismo modo que los “piquitos” de pan en toda su variedad, ¡Humm, crujientes con jamoncito Ibérico, un verdadero pecado!
Es casi una oblea, parece estar confeccionada con una harina no del todo refinada, ya que su textura es algo fibrosa. Tostadita, con o sin ajonjolí, me gustan saladitas, en mi tierra se diría que dan “seguidilla”, en Sevilla, “vidilla”, la llevaré al banquillo de los acusados, el jamón y ella, son culpables de que mi cintura aumente unos cuantos centímetros.
No hay dudas de que es un producto netamente de cultura andaluza, se puede encontrar en Cádiz, Sevilla, Córdoba, en cualquier pueblo de Andalucía se encuentra la riquísima regañá que suele acompañar tapas y cerveza.
Así como maduran las uvas, caen mis letras plasmando la esencia de mi verdad más profunda. Empecé a soñar donde el cactus es una piedra más del camino y reverbera el sol, donde la noche se irradia de estrellas que se reflejan sobre la blancura de los jazmines que pueblan mis recuerdos. Soy un latido de una ciudad que es un corazón. Dos cielos me cubren, el propio y el de Sevilla, ciudad pasión y melodía.
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