Así como maduran las uvas, caen mis letras plasmando la esencia de mi verdad más profunda. Empecé a soñar donde el cactus es una piedra más del camino y reverbera el sol, donde la noche se irradia de estrellas que se reflejan sobre la blancura de los jazmines que pueblan mis recuerdos. Soy un latido de una ciudad que es un corazón. Dos cielos me cubren, el propio y el de Sevilla, ciudad pasión y melodía.
viernes, 14 de mayo de 2010
El último Cafe?
“Llega tu recuerdo en torbellino.
miro la garúa y mientras miro,
gira la cuchara de café...
Del último caféque tus labios, con frío...”
Llovía, lo recuerdas? Ese último café que programamos mientras tomábamos destino hacia Madrid, no llegamos ni a pedirlo. El tiempo o el ¿Destino? Nos hizo trampas y mientras nuestra agenda estaba organizada con una hora determinada para cada circunstancia, la habilidad del acaso, buscando tal vez que estuviésemos más tiempo juntos, nos reventó una llanta en medio de la Vía de la Plata y a la altura de uno de los pueblos ¿Mérida quizás?
Era domingo y los talleres estaban cerrados ¡Dios bendiga a los teléfonos móviles!
Llovía. Hacía frío y una garúa tenaz caía sobre el vidrio, parecería que era una lluvia sádica que se gozaba en permanecer impasible, de la misma manera que sabía que goteaban sin llegar a caer, las dolorosas lágrimas que presagiaban una despedida.
Total, que el humeante cafelito que precisábamos para calentar el exterior de dos cuerpos ateridos por el clima, pero más aún por la tempestad interior de un adiós inminente, se postergó para “ganar tiempo”, ya que habíamos perdido mas de una hora del tiempo programado para llegar.
América está lejos, nueve horas de vuelo de capital a capital y dos horas más hasta el destino final.
¡Tanto tiempo! Casi mediodía tejiendo entre el próximo regreso, evadiendo así como al destino una que otra lágrima que impetuosa desafía la sensatez de comportarse con el debido comedimiento ante los acompañantes de un vuelo que por dentro, va lacerando al corazón.
Llovía desde Sevilla, era lluvia leve, de esas cuyas gotas caen apenas a la tierra, de esas que mas que llover, mojan el alma, inundan la nostalgia y se quedan marcadas, era un vaho que proyectaba ante mis ojos, el recuerdo de los abrazos de seres muy amados a los que estrechamos desde la noche anterior, amores entrañables que para dejar atrás, nos obligamos a idear un rápido retorno.
Recuerdas? El camino estaba nebuloso, parece un estigma que cada vez que nos despedimos, la lluvia, el frío, la niebla, son los obstinados acompañantes. Apenas nos mirábamos, al menos mirarnos de frente, nos espiábamos, tu a mi, yo a ti, ¡Que larga carretera! Dentro de mí, inconscientemente deseé que fuese eterna, que no acabara nunca, ya que sabía que al final, apuraría el trago amargo del último beso.Justo el tiempo para casi correr y tras una atropellada despedida, decirnos adiós dejando en el ambiente de las pasarelas frías de Barajas, el sonido metálico de la cucharilla que movería el café y paladeando no el azúcar, sino un sorbo de hiel que secaba la garganta.Casi temblaba cuando traspasé aquél umbral encristalado, la puerta hostil que se cerraba tras de mi y te dejaba solo en medio de la gente que seguramente al igual que nosotros, hacía de ese momento, un cáliz amargo, copa mordaz que quise apurar con rapidez y sin temor a volverme estatua de sal, no volví la mirada, aunque te imaginaba con la frente casi clavada en el cristal, ahora que me leas, sabrás perdonar la cobardía de no levantar mi mano diciendo adiós, juro que mis manos, mis labios, todo mi cuerpo, trepidaba de angustia.Ahora llueve y a solas, escucho la canción del último café y cerrando los ojos, evoco una por una las horas de aquél día.Llueve, la lluvia empapa la tierra, llueve en mi corazón, empañando mis ojos.
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Un bello recuerdo que trae al ser amado a nuestro lado, aunque la ausencia y la lluvia empañen nuestros ojos en la nostalgia.
ResponderEliminarUn relato en el que el recuerdo se transforma en añoranza.
Encantada de leerte Miuris.
Lleguen mis saludos hasta tu lugar
Mariela