Me resulta entrañable hablar de la mesa camilla.
Hasta que no visité Sevilla en invierno, desconocía su existencia.
Me encanta caminar descalza en la casa, recuerdo aquella noche
que arribé a Sevilla, luego de nueve horas en avión y seis en carretera
desde Madrid, un 24 de diciembre.
La cena puesta en la mesa, solo esperando por los viajeros.
Quise antes, cambiarme de ropa y empecé por quitarme los zapatos,
puse los pies desnudos de calcetines en el piso, más bien pretendí
ponerlos, ya que al tocar la cerámica, casi doy un grito
¡Que fría estaba!
Encontrarme luego ante una mesa bajo la cual se sentía
ese calorcillo, llamó tanto mi atención
y tanto quise guarecer mis piernas bajo el mantel,
que mis zapatos casi arden.
Acababa de conocer un utensilio,
del cual no he podido prescindir durante el frío,
este invierno sobre todo, es grandioso disponer
de ella y mi primera tarea al levantarme,
es caminar al salón y conectar la mesa camilla para que
vaya calentando el ambiente,
no hay otra calefacción que prefiera, esta se
me hace, intima, cómplice,
¡Ay! Me encanta mi mesa camilla.
Es grandiosa, ¡Quien y cuando la inventó? Lo ignoro,
solo se que para mi es el artefacto más querido de la casa,
abrimos la puerta, entramos y vamos al unísono a conectarla.
Es la protagonista del salón, a su alrededor se juega, se come... ...
bajo su mantel de encaje y terciopelo
pueden suceder cosas tan inesperadas,
como que se quemen los zapatos!
Ah!! Cuantas encantadoras y cálidas veladas,
proporciona esta mesa redonda o rectangular.
La primera que vi, ese 24 de diciembre que llegué a Sevilla,
era rectangular y sobre ella, graciosamente alineados los platillos
de la cena navideña atípica para mi, parecían decir,
"no importa que se tarden en cenar,
nos mantenemos calientes con el calor de la mesa".
¡Ay mesa camilla redonda, de mantel verde aceituna!
Mientras te dedico estas letras,
voy recordando de cuantas cosas, eres mudo testigo.
interesante! Saludos
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