Diego, hacía reuniones clandestinas en su casa, para concertar con sus compañeros, la manera
en que iban a atacar al enemigo.
Una noche, se debatían en la reunión, los nombres de algunos personajes que iban a ser asesinados, entre esas personas, dieron el santo y seña de alguien a quien Susona conocía muy bien.
Lo que ignoraba Don Diego es que su hija, mantenía relaciones amorosas ocultas con un ilustre Cristiano, cuyo nombre estaba en el listado. La joven, deseando estar enterada del final de la reunión para acudir a la cita con su amado, estaba pendiente de lo que decían y de ese modo se enteró de la trama que urdían contra su amante.
En seguida le contó lo que su padre y los demás conjurados, habían planeado.
El Caballero Cristiano avisó en seguida al asistente de la ciudad y éste con sus mejores alguaciles se presentó en los domicilios, apresando a los citados conspiradores bajo el cargo de sublevación.
Todos fueron ajusticiados en poco tiempo.
Al ocurrir esa desgracia, Susona, empezó a sentir el desgarro de su conciencia, se daba cuenta de que había traicionado a su padre y no podía controlar su desesperación. Acudió a la Catedral y pidió Confesión, Reginaldo Romeo, Obispo de Tiberiades, el mismo que había bautizado a la joven, le encomendó como penitencia, retirarse a un convento.
Obedeció al pie de la letra y pasado un tiempo, cuando ya había tranquilizado su espíritu, regresó a su casa, llevando hasta su muerte, una vida Cristiana.
Cuando se abrió el testamento, de la bella Susona, en la cláusula mas destacada decía "Como ejemplo para la juventud y en testimonio de mi desdicha, ordeno que cuando muera, mi cabeza, sea separada de mi cuerpo y la dejen sobre la puerta de mi casa, que quede allí para siempre".
Su deseo fue cumplido y desde finales del Siglo XV, hasta entrado 1600, la cabeza se mantuvo allí. El hecho dio origen a que el nombre Calle de la Muerte, hasta el siglo XIX, se cambiara por el de Susona, que existe actualmente.
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