Tu silencio y el mío, las palabras se atropellan en la mente, pero ninguno de los dice nada, las luces de la noche iluminan mi sombra, si abriese en este momento mi pecho, seguro que en lugar de roja, mi sangre sería un líquido sepia, tal vez soy sin saberlo, un calamar que saliendo de su cauce evolucionó y se hizo humano y ahora dispersas ruedan sin salir, las lágrimas de un mar invisible y debo recoger su sal.
De repente asoman al cielo, las estrellas que inundan como rayitos multicolores la bóveda celeste, es un regio espectáculo que hace que abandone por un instante los negros pensamientos que pugnan por penetrar en mi cerebro. Siempre he sentido ante el espectáculo de los astros una emoción que se apodera de mi voluntad obligándome a quedarme absorta, paralizada.
Fue solo un instante, sigues a mi lado, callado, concentrado en quien sabe cuales meditaciones ¿Vagaré yo acaso entre ellas? No lo sé, puede que sí, puede que no, si me atreviese a preguntártelo, me dirías la verdad, no, mejor dejar que permanezca el misterio y de esa manera eludo el posible dolor de que me digas, que tus pensamientos no me pertenecen, ¡Que cobarde me he vuelto!
La nada, de eso tengo la sensación, de que la noche me va robando el alma y te ha robado a ti la iniciativa, la emoción de constatar que llevas a tu lado a una mujer que te ama y suspira esperando que le hables, o simplemente la mires y le sonrías, ¡Oh! De que manera tan sencilla somos felices cuando amamos.
Pero no dices nada, parece que ni respiras, solo al parecer vas pendiente del Norte, tu cuello está rígido mirando al frente.
Estallaré, no, mejor permanezco en silencio para no arrepentirme luego, en este momento, cualquier palabra que dijese podría ser un arma letal, no podría recogerla, quedaría esparcida y sus efectos desastrosos se clavarían en mi corazón y en el tuyo.
Es mejor el silencio, con la luz del día, la calma retornará.
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