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martes, 9 de febrero de 2010

Dilemas...

Es como un cataclismo, como dejarse agarrada el alma en la copa de un roble y que el viento furioso la zarandee.

Es dejarse abatir por la corriente de una borrasca que baja y sube la pendiente de mil colinas y que en su transitar, nos arranca a jirones la piel.

Una revolución de sentimientos, donde lo único que permanece claro es el amor. Un coctel de emociones, una hecatombe, es como una herida que a su paso deja caer gotas de hiel, o de sangre, o de sal, porque es salado el sabor.

Es un choque de la conciencia con la realidad, una catástrofe que va partiendo en dos

al corazón.

Es la suma del dolor, la resta de la esperanza, la multiplicación del temor, la conjunción de bien y de mal, un aguijón que se clava en mi piel, quiere romper mis alas y obligarme a entender que la verdad es relativa y que el idealismo con que muchas

veces nos forjamos la vida, es solo un espejismo.

Es como detenerme al borde de una fuente y descubrir en su fondo un abismo insondable donde navegaban todas las ideas, los pensamientos, las fantasías y las ilusiones que hasta el momento me habían alimentado y darme cuenta de que un cataclismo amenazaba con devorarlas.

Casi siempre nos afanamos por alcanzar la luz, en mi desenfrenada carrera tras el resplandor de lo que consideraba como mi estrella, un astro tallado a imagen y semejanza de un diamante, trepé los vericuetos más insospechados, salía de la opacidad de un túnel del que mi cuerpo logró salir incólume, mas no así mi espíritu que aunque cuya integridad no dejaba lugar a dudas, estaba indudablemente abatido, indefenso, tenía miedo, precisaba amparo.

Solo lo imaginaba, pero no tenía certeza de lo que era un rayo de luz radiante y pura, sin contaminaciones, sin parpadeos, había conocido luces fatuas en cuyo fulgor si alguna vez creí, hoy indudablemente, ya no hieren mis pupilas con su falso resplandor.

Después de tener la convicción de que existe realmente esa luz que destella y carece de falsedad, me consideraba apta para distinguir al ras cuando algo está fallando, antes aún, de que sea detectado hasta por quien sin saberlo, lo alberga.

Es como saber cuando estamos varados en el limbo, sin entender si nos espera al fin, el paraíso, el purgatorio, o si será el infierno el destino que nos albergará.

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¡Brindis!

Esta es la mejor cosecha, el brindis exquisito de las letras.