Cruzamos el umbral que cada diciembre, nos hace evocar el nacimiento del redentor del mundo,
Jesucristo renace en los corazones de los Cristianos y nos aferramos a ese acontecimiento,
como si se tratara de una tabla de salvación, convirtiéndolo en asidero de
esperanza.
Nacen nuevos anhelos que nos ayudan en la travesía
de todo un año, comulgamos con Dios y casi siempre hacemos una introspección y
en esa íntima y callada conversación, imploramos, juramos, damos gracias,
ponemos bajo el cuidado del Altísimo a nuestros seres queridos, a los amigos,
al universo.
Casi siempre prometemos ser mejores, lo cumplimos
realmente, o simplemente envueltos en la magia del momento, mentimos sin
querer, prometiendo lo que no cumpliremos?
Corren épocas difíciles, tal vez la bondad y la
justicia no sean cualidades que abundan.
En este tiempo es cuando más se marca la nostalgia
que llevamos sobre la espalda, aunque a nuestro lado no falte amor, ni pan, ni
una mano amiga, cuando el corazón se fragmenta, sus lamentos se vuelven
lágrimas que queman.
La Navidad es luz, es alegría y es sentir la
felicidad del nacimiento divino, pero es además nostalgia y añoranza, en este
período afloran como nunca los recuerdos de la niñez, del hogar, de los seres
queridos que solo viven en el recuerdo porque habitan en una dimensión
desconocida y de otros que esperan allende el mar y con el corazón acongojado
miramos al cielo pidiendo a Dios que aquellos que se encuentran en un estadio
de edad o salud cuya resistencia es exigua, no se marchen antes de volver a
verles. Ojalá poder abrazarles cálidamente,
que existiera un universo libre de distancias, unas leyes mediante las cuales,
sea abolida la separación de la familia.
Imploremos para que los sentimientos de bondad que
trae la Navidad, perduren más allá de diciembre y permanezcan, porque el mundo
necesita de nuestra bondad y justicia para reinventarse y hacernos mejores.
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