Un aleteo,
un suspiro, un gemido,
mi piel resucitaba entre las sábanas,
y aletargada,
me venció la emoción.
Unas caricias,
demasiado reales para haberlo soñado,
tenías que ser tú,
porque solo tus manos
conocen de mi cuerpo,
las rutas que me llevan al placer.
Atrevido debate de besos y caricias,
mis sentidos abiertos y mis ojos cerrados,
tus manos como inquietas marionetas,
bajaban y subían,
la humedad de tu boca
invadió los confines de la mía
y entre besos de fuego,
bajo la seda de una sábana,
nos sorprendió la luz del día…
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