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lunes, 30 de septiembre de 2013

¡Son cosas de la vida!


 


A veces meditamos y nos damos cuenta de que el tiempo en su carrera,
se ha llevado consigo valores muy preciados.
y recapacitando sobre las ocurrencias del día a día,
llegamos a la conclusión de que hemos malgastado gran parte de nuestra vida
persiguiendo sueños que a la postre se derrumban.
Y en esos momentos de profunda reflexión, advertimos que ya no somos los mismos,son casi siempre las consecuencias de las batallas lidiadas en la ruta que nos toca caminar.
Caminos a veces plagados de fracasos muchos de los cuales van dejando heridas, que aunque
creamos curadas, se abren al mínimo contacto con la causa que los motivó, o con situaciones semejantes.


De pronto nos alcanza la noche y al poner la cabeza sobre la almohada, en ocasiones, buscar debajo aquella estrella que solíamos capturar en las noches en que la ilusión nos poseía y en una alocada caravana, corríamos a la cama a hilvanar historias donde éramos princesas, o príncipes y abordando una carroza, marchábamos en pos de lo que para muchos, se trocó en espejismo.

Continuamos cavilando y como en una cinta cinematográfica, divida en blancos, negros y maravillosos azules, rosas o violetas, vemos desfilar lo que ha sido nuestra vida, desde que la edad nos permitió tener conciencia y albergar emociones y recuerdos. Quedamos casi siempre estremecidos del resultado de esa introspección que adentrándose en los pliegues del adentro, pone ante nosotros los más recónditos recuerdos.

Evocaciones que nos enternecen algunas, otras nos sacuden obligándonos a enjugar las lágrimas o dejarlas correr, otras en cambio nos hacen volver a sentir aquel dolor que por cualquier razón nos marcara.
Lo más lamentable es que la reflexión nos deja algo vacíos, porque de ella deducimos que a los momentos entrañables, sobrepasan aquéllos que nos hieren y nos damos cuenta del tiempo pasado, que ya nada es igual, que se quiebran los lazos afectivos, que el cordón umbilical simbólico que nos ata a la madre, hermanos, hijos, se torna frágil y muchas veces nos esforzamos tanto en mantener esos nexos, que con la piel despedazada y sangrante por la fuerza empleada, nos damos cuenta de que en la mayoría de los casos, la vida entera, es una utopía.
Nos creemos vivos y ya morimos hace tiempo, estancados en ese trance, en el que nos embarcamos cada día. Despertar no siempre significa vivir, es a veces el comienzo de empezar a entender que habitamos una selva, que los animales son los verdaderos seres inteligentes y nosotros, pobres entes engreídos creyéndonos dueños de un mundo que con nuestras obras, hemos convertido en nuestra cárcel.

1 comentario:

  1. Pero si estamos atentos... quizás que descubramos que ¡lo mejor aún está por llegar!

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