A esa
misma hora, la campana de la iglesia tocaba sus campanadas anunciando misa,
eran tres y el eco de la última quedaba flotando en el aire, resonaba en mis
oídos durante unos minutos. Siempre que escucho el tañer de una campana me
invade un sentido de reminiscencia y sin notarlo apenas, se evade mi mente
llevándome en alas de épocas pasadas desfilando ante mis recuerdos, la campana
de la escuela, la vieja campana de la iglesia colgada de un cajuil, misma que
muchas veces tocaba a hurtadillas, para luego bordear corriendo la orilla, tratando
de evitar el regaño.
Volví a
la realidad justo cuando el último instante del sonido se esfumaba, continué
caminando bajo el sol de la tarde septembrina, preludio de otoño se notaba en
brisa que azotaba suavemente la copa de los árboles, pisaba mientras caminaba,
las hojas amarillentas que iban amontonándose al borde de la calle.
Abstraída
en mis añoranzas, haciendo un paréntesis miré hacia el cielo y me di cuenta en sus
colores de que el azul se apagaba, miraba a mi alrededor el verde de las hojas
que tomaba tintes ambarinos y el sol a lo lejos, decayendo casi, se refugiaba
entre rayos cobrizos.
Sorprendida, como si en ese mismo momento me
hubiera percatado del cambio, me dije que el tiempo nos llevaba a la deriva de
la vida, nos zarandeaba de tal manera, que de repente al darnos cuenta de su
avance, nos miramos al espejo, recogiendo en la imagen, las huellas de su paso,
que muchas veces, no son tan profundas, como los surcos que va dejando abiertos
en el alma.
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