Somos una catapulta, un alud que
desata caos levanta escozor.
Somos el parangón más idóneo para cotejar la brutalidad de cualquier fenómeno
irrefrenable. La naturaleza al crearnos, supuestamente diferenció la condición
humana de los animales, creo sin embargo, que fue esa la primera ofensa
producida contra los animales.
Nosotros somos una hueste incontrolable,
nos lastimamos, nos ofendemos y humillamos, muchos se imponen aureolas de
humildad siendo precisamente esos, los que con más encono profundizan en la
epidermis cuando casi al descuido, van dejando enterrados tóxicos aguijones.
A diario envilecemos uno los
mejores escudos con las que fuimos dotados, somos portadores de la palabra y la
usamos de tal manera que al hacerlo muchas veces, más que hablar, convertimos
la voz en el arma más letal porque luego de dispararla, si pretendemos
recogerla, ésta ya ha penetrado la conciencia de nuestros interlocutores que
con la descarga se sienten adoloridos.
A diario pateamos con la palabra,
asolamos derribando poco a poco sentimientos y levantando otros que dependiendo
del nivel de perdón de que dispongamos, pueden llegar a convertirse en
resentimiento.
Somos de la creación la parte
pensante, utilicemos ese mismo raciocinio para ser más considerados y menos cáusticos,
recordemos que es más positiva la generosidad y si lo que se pretende es la
grandeza, mucho más engrandece una
sonrisa y una mano abierta sin dobleces, que endiosarse creyéndose dueños
absolutos de la verdad.
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