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domingo, 12 de febrero de 2012

En un cuarto de hotel


   

Su voz era remedo del trinar de un jilguero, su vida, todavía temprana, fue un compendio de triunfos y angustias, su devenir por los escabrosos pasajes, hizo de ella una desgraciada, que a sus casi infinitas posibilidades, dejaba truncas.
A veces cuando se llega a la cúspide de la fama y no se tiene la suficiente fuerza para soportar el alud de millones aplausos, homenajes y halagos, se cae generalmente en ese estado en que saboreando la gloria, sabe amarga, queriendo entonces degustar placeres que eleven a dimensiones donde no existen límites para hacer cosas, no importa cuan perniciosas o maléficas pudieran resultar.   
El pináculo de la fama a veces no basta, hay que escalar espacios diferentes, tan atrevidos que nos dejan al borde del peligro, en los que nos balanceamos y si damos un paso en falso, caemos estrellados como ídolos de arcilla, pero si traspasamos el umbral de esos placeres y continuamos de pie, es una proeza.
Que pena que muchas veces no se despierta de semejantes proezas, dejando atrás para siempre éxito y fama.
Whitney Houston, la extraordinaria cantante estadounidense, ha sucumbido en una madrugada, una de tantas en que de seguro, le sorprendía el alba encontrándola sumida en el sopor de una noche, solo que ésta era diferente y algo debió fallar.
Se desconocen todavía las causas de su deceso, es posible que haya sido una muerte natural, tomando en cuenta que además de diva, era humana, no escapaba de ella.
Imposible evadir las conjeturas que ante tal noticia, nos deja más helados que el intenso frío que azota nuestros cuerpos.
Murió en un hotel, tomando en cuenta que su profesión la llevaba de puerto en puerto, de país en país, no es extraño que los hoteles formaran parte de su vida, posiblemente jamás imaginó la estrella, que exhalaría su último suspiro, en un cuarto de hotel, lujoso tal vez, pero frío, vacío, sin la compañía de sus cosas amadas, porque todos, por muy alto que se llegue, tenemos predilección por un rincón de nuestra casa, un objeto especial, una mirada, el calor de unas manos.    
Que la paz invada los caminos de tu alma Witney, porque lo que es tu cuerpo y tu nombre, de momento no la tendrán, hasta que no se teja la última hipótesis, hasta que no se hilvanen  teorías que van desde lo absurdo, hasta lo posible.
Luego te olvidarán, eso es seguro, los humanos adolecemos de eso, al menos tu dejas suficiente material por si acaso alguien decidiera recordarte, o simplemente, para lucrarse con la fortuna que aún después de muerta, significas.

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