A veces escuchando los análisis y debates que se producen en el Congreso y en programas televisivos, entre políticos y comunicadores, me parece vivir una pesadilla horrible y antes de dejarme dominar por el caos que significa tanto recorte, leyes arbitrarias y ver familias despedazadas por tragedias y dramas, prefiero abstraerme y soñar envuelta en la nostalgia de un ayer vibrante.
Cerrar los ojos e imaginarme en la Sevilla de Machado, más atrás aún, la época del Murillo niño que recorría Sevilla hasta los quince años. Al caminar por las viejas calles, dejo correr la fantasía imaginando que por donde pisan mis pies, huellas de sevillanos ilustres marcaron ese camino.
Situándome en un intermedio en el tiempo, evoco al desdichado Bécquer, me lleva siempre al paroxismo recordar sus versos, su vida llena de sinsabores, sus amores frustrados y su cuerpo abrasado por la cruel enfermedad que le truncó la vida.
Prefiero evadirme de la realidad y suspirando de amor, o sorbiendo lágrimas de nostalgia o angustia, perderme en un balcón sevillano viendo mecer las azules campanillas, hasta sentiría una lejana voz salida de las sombras.
Recitar los versos de Machado, " Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! Medrosas tiritan tus hojas menguadas".
Ay ilustres españoles, si les fuera permitido levantarse de sus frías tumbas, sin duda morirían de nuevo al comprobar que esa tierra amada por la que dejaron regadas tanta huella digna, se encuentra mancillada por sus propios hijos.
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