Ya
no somos los mismos, el paso del reloj, a veces lento, raudo otras, ha ido
dejando huellas diferentes, depende de la “estrella” que a cada uno haya
alumbrado.
Cuelgan
en cada camino, estalagtitas de sombra o de luz, y cada uno va saltando sobre
estalagmitas escarchadas de espuma, mientras muchos recibiendo punzadas en cada
paso, dejan huellas de sangre, o un relicario que de puras lágrimas, se
convierte en brillante.
Queriendo
ser estrellas, hemos sido nebulosas apagadas, cada uno vive sus propias rebeliones,
sumergido en su mundo, universos diversos que a unos confundieron, a otros
elevaron, a muchos ignoraron.
Es
la vida!
Luces
y sombras, esplendor, desazones, angustias, regocijo, sudario inmenso en el que
marcadas quedarán las huellas del dolor, murales gigantescos que contienen grandiosidad
de esplendores, contrastes increíbles de sonidos, colores y vivencias.
Que
nos queda?
Ojalá
retener el entrañable afecto de la sangre o la amistad, afortunados los que
puedan al tiempo que humedecer la mirada, sonreír evocando una niñez que dejara
plasmado un buen recuerdo.
Ojalá
retener el calor de la madre, el ejemplo del padre, el tintineo que deja en el
oído el resabio o la risa de las travesuras de hermanos, dichoso quien pudiera
atesorar esa fortuna, más inmensa que la cuenta en un banco, más cálida que la
halagüeña pasarela que pudo llevarnos a recorrer el mundo.
Afortunados
los que ayer crecieron juntos y guardan todavía el inapreciable calor de los
recuerdos, venturosos los que aún se emocionan al abrazar a ese hermano que la
vida ha llevado por lejanos derroteros, que muchas veces lleva partido el
corazón por separaciones que no puede remediar.
A
aquéllos que aún viven la dicha de la emoción del reencuentro, los que quiebran
la voz al evocar, al abrazar, los que vuelven la cara para disimular la gota
que humedece su rostro, a ellos queda todavía, el valor de la sangre, el poder
del amor.
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