Así me lo dijiste,
sin mirarme a los ojos,
sin darte cuenta del dolor que me causaban tus
palabras.
Con cruel indiferencia te marchaste
seguí con la mirada la sinuosa silueta de tu sombra,
y sabiéndome sola, ya no pude llorar,
mis labios se negaban a balbucear palabra
y mis ojos secos de espanto se cerraron
en un último afán de imaginarte,
un minuto antes de que la vida me quitaras
con aquellas palabras que dejaste enterradas en mi alma.
Aquí me encuenetro después de mucho tiempo de no poder entrar en tu casa, hoy sorprendida he entrado de primeras.
ResponderEliminarMuy buen poema, como la vida misma y con tu arte de saber expresarlo, gracias por compartir.
Un fuerte abrazo, Miuris.
Leonor.